CSA / PaME
Universidade de Santiago Grupo de Gramática del Español
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Secuencia
v e d 401
(396)
Espéreme aquí cinco minutos.
v e d 402
(397)
Cinco minutos después, en efecto, volvió al Club Social con las alforjas enchapadas de plata, y puso sobre la mesa diez gavillas de billetes de a mil todavía con las bandas impresas del Banco del Estado.
v e d 403
(398)
El viudo de Xius murió dos años después.
v e d 404
(399)
«Se murió de eso -decía el doctor Dionisio Iguarán-.
v e d 405
(400)
Estaba más sano que nosotros, pero cuando uno lo auscultaba se le sentían borboritar las lágrimas dentro del corazón.»
v e d 406
(401)
Pues no sólo había vendido la casa con todo lo que tenía dentro, sino que le pidió a Bayardo San Román que le fuera pagando poco a poco porque no le quedaba ni un baúl de consolación para guardar tanto dinero.
v e d 407
(402)
Nadie hubiera pensado, ni lo dijo nadie, que Ángela Vicario no fuera virgen.
v e d 408
(403)
No se le había conocido ningún novio anterior y había crecido junto con sus hermanas bajo el rigor de una madre de hierro.
v e d 409
(404)
Aun cuando le faltaban menos de dos meses para casarse, Pura Vicario no permitió que fuera sola con Bayardo San Román a conocer la casa en que iban a vivir, sino que ella y el padre ciego la acompañaron para custodiarle la honra.
v e d 410
(405)
«Lo único que le rogaba a Dios es que me diera valor para matarme -me dijo Ángela Vicario-.
v e d 411
(406)
Pero no me lo dio.»
v e d 412
(407)
Tan aturdida estaba que había resuelto contarle la verdad a su madre para librarse de aquel martirio, cuando sus dos únicas confidentes, que la ayudaban a hacer flores de trapo junto a la ventana, la disuadieron de su buena intención.
v e d 413
(408)
«Les obedecí a ciegas -me dijo- porque me habían hecho creer que eran expertas en chanchullos de hombres.»
v e d 414
(409)
Le aseguraron que casi todas las mujeres perdían la virginidad en accidentes de la infancia.
v e d 415
(410)
Le insistieron en que aun los maridos más difíciles se resignaban a cualquier cosa siempre que nadie lo supiera.
v e d 416
(411)
La convencieron, en fin, de que la mayoría de los hombres llegaban tan asustados a la noche de bodas, que eran incapaces de hacer nada sin la ayuda de la mujer, y a la hora de la verdad no podían responder de sus propios actos.
v e d 417
(412)
«Lo único que creen es lo que vean en la sábana», le dijeron.
v e d 418
(413)
De modo que le enseñaron artimañas de comadronas para fingir sus prendas perdidas, y para que pudiera exhibir en su primera mañana de recién casada, abierta al sol en el patio de su casa, la sábana de hilo con la mancha del honor.
v e d 419
(414)
Se casó con esa ilusión.
v e d 420
(415)
Bayardo San Román, por su parte, debió casarse con la ilusión de comprar la felicidad con el peso descomunal de su poder y su fortuna, pues cuanto más aumentaban los planes de la fiesta, más ideas de delirio se le ocurrían para hacerla más grande.
v e d 421
(416)
Trató de retrasar la boda por un día cuando se anunció la visita del obispo, para que éste los casara, pero Ángela Vicario se opuso.
v e d 422
(417)
«La verdad -me dijo- es que yo no quería ser bendecida por un hombre que sólo cortaba las crestas para la sopa y botaba en la basura el resto del gallo.»
v e d 423
(418)
Sin embargo, aun sin la bendición del obispo, la fiesta adquirió una fuerza propia tan difícil de amaestrar, que al mismo Bayardo San Román se le salió de las manos y terminó por ser un acontecimiento público.
v e d 424
(419)
El general Petronio San Román y su familia vinieron esta vez en el buque de ceremonias del Congreso Nacional, que permaneció atracado en el muelle hasta el término de la fiesta, y con ellos vinieron muchas gentes ilustres que sin embargo pasaron inadvertidas en el tumulto de caras nuevas.
v e d 425
(420)
Trajeron tantos regalos, que fue preciso restaurar el local olvidado de la primera planta eléctrica para exhibir los más admirables, y el resto los llevaron de una vez a la antigua casa del viudo de Xius que ya estaba dispuesta para recibir a los recién casados.
v e d 426
(421)
Al novio le regalaron un automóvil convertible con su nombre grabado en letras góticas bajo el escudo de la fábrica.
v e d 427
(422)
A la novia le regalaron un estuche de cubiertos de oro puro para veinticuatro invitados.
v e d 428
(423)
Trajeron además un espectáculo de bailarines, y dos orquestas de valses que desentonaron con las bandas locales, y con las muchas papayeras y grupos de acordeones que venían alborotados por la bulla de la parranda.
v e d 429
(424)
La familia Vicario vivía en una casa modesta, con paredes de ladrillos y un techo de palma rematado por dos buhardas donde se metían a empollar las golondrinas en enero.
v e d 430
(425)
Tenía en el frente una terraza ocupada casi por completo con macetas de flores, y un patio grande con gallinas sueltas y árboles frutales.
v e d 431
(426)
En el fondo del patio, los gemelos tenían un criadero de cerdos, con su piedra de sacrificios y su mesa de destazar, que fue una buena fuente de recursos domésticos desde que a Poncio Vicario se le acabó la vista.
v e d 432
(427)
El negocio lo había empezado Pedro Vicario, pero cuando éste se fue al servicio militar, su hermano gemelo aprendió también el oficio de matarife.
v e d 433
(428)
El interior de la casa alcanzaba apenas para vivir.
v e d 434
(429)
Por eso las hermanas mayores trataron de pedir una casa prestada cuando se dieron cuenta del tamaño de la fiesta.
v e d 435
(430)
«Imagínate -me dijo Ángela Vicario-:
v e d 436
(431)
habían pensado en la casa de Plácida Linero, pero por fortuna mis padres se emperraron con el tema de siempre de que nuestras hijas se casan en nuestro chiquero, o no se casan.»
v e d 437
(432)
Así que pintaron la casa de su color amarillo original, enderezaron las puertas y compusieron los pisos, y la dejaron tan digna como fue posible para una boda de tanto estruendo.
v e d 438
(433)
Los gemelos se llevaron los cerdos para otra parte y sanearon la porqueriza con cal viva, pero aun así se vio que iba a faltar espacio.
v e d 439
(434)
Al final, por diligencias de Bayardo San Román, tumbaron las cercas del patio, pidieron prestadas para bailar las casas contiguas, y pusieron mesones de carpinteros para sentarse a comer bajo la fronda de los tamarindos.
v e d 440
(435)
El único sobresalto imprevisto lo causó el novio en la mañana de la boda, pues llegó a buscar a Ángela Vicario con dos horas de retraso, y ella se había negado a vestirse de novia mientras no lo viera en la casa.
v e d 441
(436)
«Imagínate -me dijo-:
v e d 442
(437)
hasta me hubiera alegrado de que no llegara, pero nunca que me dejara vestida.»
v e d 443
(438)
Su cautela pareció natural, porque no había un percance público más vergonzoso para una mujer que quedarse plantada con el vestido de novia.
v e d 444
(439)
En cambio, el hecho de que Ángela Vicario se atreviera a ponerse el velo y los azahares sin ser virgen, había de ser interpretado después como una profanación de los símbolos de la pureza.
v e d 445
(440)
Mi madre fue la única que apreció como un acto de valor el que hubiera jugado sus cartas marcadas hasta las últimas consecuencias.
v e d 446
(441)
«En aquel tiempo -me explicó-, Dios entendía esas cosas.»
v e d 447
(442)
Por el contrario, nadie ha sabido todavía con qué cartas jugó Bayardo San Román.
v e d 448
(443)
Desde que apareció por fin de levita y chistera, hasta que se fugó del baile con la criatura de sus tormentos, fue la imagen perfecta del novio feliz.
v e d 449
(444)
Tampoco se supo nunca con qué cartas jugó Santiago Nasar.
v e d 450
(445)
Yo estuve con él todo el tiempo, en la iglesia y en la fiesta, junto con Cristo Bedoya y mi hermano Luis Enrique, y ninguno de nosotros vislumbró el menor cambio en su modo de ser.
v e d 451
(446)
He tenido que repetir esto muchas veces, pues los cuatro habíamos crecido juntos en la escuela y luego en la misma pandilla de vacaciones, y nadie podía creer que tuviéramos un secreto sin compartir, y menos un secreto tan grande.
v e d 452
(447)
Santiago Nasar era un hombre de fiestas, y su gozo mayor lo tuvo la víspera de su muerte, calculando los costos de la boda.
v e d 453
(448)
En la iglesia estimó que habían puesto adornos florales por un valor igual al de catorce entierros de primera clase.
v e d 454
(449)
Esa precisión había de perseguirme durante muchos años, pues Santiago Nasar me había dicho a menudo que el olor de las flores encerradas tenía para él una relación inmediata con la muerte, y aquel día me lo repitió al entrar en el templo.
v e d 455
(450)
«No quiero flores en mi entierro», me dijo, sin pensar que yo había de ocuparme al día siguiente de que no las hubiera.
v e d 456
(451)
En el trayecto de la iglesia a la casa de los Vicario sacó la cuenta de las guirnaldas de colores con que adornaron las calles, calculó el precio de la música y los cohetes, y hasta de la granizada de arroz crudo con que nos recibieron en la fiesta.
v e d 457
(452)
En el sopor del medio día los recién casados hicieron la ronda del patio.
v e d 458
(453)
Bayardo San Román se había hecho muy amigo nuestro, amigo de tragos, como se decía entonces, y parecía muy a gusto en nuestra mesa.
v e d 459
(454)
Ángela Vicario, sin el velo y la corona y con el vestido de raso ensopado de sudor, había asumido de pronto su cara de mujer casada.
v e d 460
(455)
Santiago Nasar calculaba, y se lo dijo a Bayardo San Román, que la boda iba costando hasta ese momento unos nueve mil pesos.
v e d 461
(456)
Fue evidente que ella lo entendió como una impertinencia.
v e d 462
(457)
«Mi madre me había enseñado que nunca se debe hablar de plata delante de la otra gente», me dijo.
v e d 463
(458)
Bayardo San Román, en cambio, lo recibió de muy buen talante y hasta con una cierta jactancia.
v e d 464
(459)
-Casi -dijo-, pero apenas estamos empezando.
v e d 465
(460)
Al final será más o menos el doble.
v e d 466
(461)
Santiago Nasar se propuso comprobarlo hasta el último céntimo, y la vida le alcanzó justo.
v e d 467
(462)
En efecto, con los datos finales que Cristo Bedoya le dio al día siguiente en el puerto, 45 minutos antes de morir, comprobó que el pronóstico de Bayardo San Román había sido exacto.
v e d 468
(463)
Yo conservaba un recuerdo muy confuso de la fiesta antes de que hubiera decidido rescatarla a pedazos de la memoria ajena.
v e d 469
(464)
Durante años se siguió hablando en mi casa de que mi padre había vuelto a tocar el violín de su juventud en honor de los recién casados, que mi hermana la monja bailó un merengue con su hábito de tornera, y que el doctor Dionisio Iguarán, que era primo hermano de mi madre, consiguió que se lo llevaran en el buque oficial para no estar aquí al día siguiente cuando viniera el obispo.
v e d 470
(465)
En el curso de las indagaciones para esta crónica recobré numerosas vivencias marginales, y entre ellas el recuerdo de gracia de las hermanas de Bayardo San Román, cuyos vestidos de terciopelo con grandes alas de mariposas, prendidas con pinzas de oro en la espalda, llamaron más la atención que el penacho de plumas y la coraza de medallas de guerra de su padre.
v e d 471
(466)
Muchos sabían que en la inconsciencia de la parranda le propuse a Mercedes Barcha que se casara conmigo, cuando apenas había terminado la escuela primaria, tal como ella misma me lo recordó cuando nos casamos catorce años después.
v e d 472
(467)
La imagen más intensa que siempre conservé de aquel domingo indeseable fue la del viejo Poncio Vicario sentado solo en un taburete en el centro del patio.
v e d 473
(468)
Lo habían puesto ahí pensando quizás que era el sitio de honor, y los invitados tropezaban con él, lo confundían con otro, lo cambiaban de lugar para que no estorbara, y él movía la cabeza nevada hacia todos lados con una expresión errática de ciego demasiado reciente, contestando preguntas que no eran para él y respondiendo saludos fugaces que nadie le hacía, feliz en su cerco de olvido, con la camisa acartonada de engrudo y el bastón de guayacán que le habían comprado para la fiesta.
v e d 474
(469)
El acto formal terminó a las seis de la tarde cuando se despidieron los invitados de honor.
v e d 475
(470)
El buque se fue con las luces encendidas y dejando un reguero de valses de pianola, y por un instante quedamos a la deriva sobre un abismo de incertidumbre, hasta que volvimos a reconocernos unos a otros y nos hundimos en el manglar de la parranda.
v e d 476
(471)
Los recién casados aparecieron poco después en el automóvil descubierto, abriéndose paso a duras penas en el tumulto.
v e d 477
(472)
Bayardo San Román reventó cohetes, tomó aguardiente de las botellas que le tendía la muchedumbre, y se bajó del coche con Ángela Vicario para meterse en la rueda de la cumbiamba.
v e d 478
(473)
Por último ordenó que siguiéramos bailando por cuenta suya hasta donde nos alcanzara la vida, y se llevó a la esposa aterrorizada para la casa de sus sueños donde el viudo de Xius había sido feliz.
v e d 479
(474)
La parranda pública se dispersó en fragmentos hacia la media noche, y sólo quedó abierto el negocio de Clotilde Armenta a un costado de la plaza.
v e d 480
(475)
Santiago Nasar y yo, con mi hermano Luis Enrique y Cristo Bedoya, nos fuimos para la casa de misericordias de María Alejandrina Cervantes.
v e d 481
(476)
Por allí pasaron entre muchos otros los hermanos Vicario, y estuvieron bebiendo con nosotros y cantando con Santiago Nasar cinco horas antes de matarlo.
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(477)
Debían quedar aún algunos rescoldos desperdigados de la fiesta original, pues de todos lados nos llegaban ráfagas de música y pleitos remotos, y nos siguieron llegando, cada vez más tristes, hasta muy poco antes de que bramara el buque del obispo.
v e d 483
(478)
Pura Vicario le contó a mi madre que se había acostado a las once de la noche después de que las hijas mayores la ayudaron a poner un poco de orden en los estragos de la boda.
v e d 484
(479)
Como a las diez, cuando todavía quedaban algunos borrachos cantando en el patio, Ángela Vicario había mandado a pedir una maletita de cosas personales que estaba en el ropero de su dormitorio, y ella quiso mandarle también una maleta con ropa de diario, pero el recadero estaba de prisa.
v e d 485
(480)
Se había dormido a fondo cuando tocaron a la puerta.
v e d 486
(481)
«Fueron tres toques muy despacio -le contó a mi madre-, pero tenían esa cosa rara de las malas noticias.»
v e d 487
(482)
Le contó que había abierto la puerta sin encender la luz para no despertar a nadie, y vio a Bayardo San Román en el resplandor del farol público, con la camisa de seda sin abotonar y los pantalones de fantasía sostenidos con tirantes elásticos.
v e d 488
(483)
«Tenía ese color verde de los sueños», le dijo Pura Vicario a mi madre.
v e d 489
(484)
Ángela Vicario estaba en la sombra, de modo que sólo la vio cuando Bayardo San Román la agarró por el brazo y la puso en la luz.
v e d 490
(485)
Llevaba el traje de raso en piltrafas y estaba envuelta con una toalla hasta la cintura.
v e d 491
(486)
Pura Vicario creyó que se habían desbarrancado con el automóvil y estaban muertos en el fondo del precipicio.
v e d 492
(487)
-Ave María Purísima -dijo aterrada-.
v e d 493
(488)
Contesten si todavía son de este mundo.
v e d 494
(489)
Bayardo San Román no entró, sino que empujó con suavidad a su esposa hacia el interior de la casa, sin decir una palabra.
v e d 495
(490)
Después besó a Pura Vicario en la mejilla y le habló con una voz de muy hondo desaliento pero con mucha ternura.
v e d 496
(520)
-Gracias por todo, madre -le dijo-.
v e d 497
(521)
Usted es una santa.
v e d 498
(522)
Sólo Pura Vicario supo lo que hizo en las dos horas siguientes, y se fue a la muerte con su secreto.
v e d 499
(523)
«Lo único que recuerdo es que me sostenía por el pelo con una mano y me golpeaba con la otra con tanta rabia que pensé que me iba a matar», me contó Ángela Vicario.
v e d 500
(524)
Pero hasta eso lo hizo con tanto sigilo, que su marido y sus hijas mayores, dormidos en los otros cuartos, no se enteraron de nada hasta el amanecer cuando ya estaba consumado el desastre.
CRÓNICA
1.9
29/4/2014