CSA / PaME
Universidade de Santiago Grupo de Gramática del Español
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Secuencia
v e d 101
(102)
En realidad, la única explicación válida parecía ser la de Plácida Linero, que contestó a la pregunta con su razón de madre:
v e d 102
(103)
«Mi hijo no salía nunca por la puerta de atrás cuando estaba bien vestido».
v e d 103
(104)
Parecía una verdad tan fácil, que el instructor la registró en una nota marginal, pero no la sentó en el sumario.
v e d 104
(105)
Victoria Guzmán, por su parte, fue terminante en la respuesta de que ni ella ni su hija sabían que a Santiago Nasar lo estaban esperando para matarlo.
v e d 105
(106)
Pero en el curso de sus años admitió que ambas lo sabían cuando él entró en la cocina a tomar el café.
v e d 106
(107)
Se lo había dicho una mujer que pasó después de las cinco a pedir un poco de leche por caridad, y les reveló además los motivos y el lugar donde lo estaban esperando.
v e d 107
(108)
«No lo previne porque pensé que eran habladas de borracho», me dijo.
v e d 108
(109)
No obstante, Divina Flor me confesó en una visita posterior, cuando ya su madre había muerto, que ésta no le había dicho nada a Santiago Nasar porque en el fondo de su alma quería que lo mataran.
v e d 109
(110)
En cambio ella no lo previno porque entonces no era más que una niña asustada, incapaz de una decisión propia, y se había asustado mucho más cuando él la agarró por la muñeca con una mano que sintió helada y pétrea, como una mano de muerto.
v e d 110
(111)
Santiago Nasar atravesó a pasos largos la casa en penumbra, perseguido por los bramidos de júbilo del buque del obispo.
v e d 111
(112)
Divina Flor se le adelantó para abrirle la puerta, tratando de no dejarse alcanzar por entre las jaulas de pájaros dormidos del comedor, por entre los muebles de mimbre y las macetas de helechos colgados de la sala, pero cuando quitó la tranca de la puerta no pudo evitar otra vez la mano de gavilán carnicero.
v e d 112
(113)
«Me agarró toda la panocha -me dijo Divina Flor-.
v e d 113
(114)
Era lo que hacía siempre cuando me encontraba sola por los rincones de la casa, pero aquel día no sentí el susto de siempre sino unas ganas horribles de llorar.»
v e d 114
(115)
Se apartó para dejarlo salir, y a través de la puerta entreabierta vio los almendros de la plaza, nevados por el resplandor del amanecer, pero no tuvo valor para ver nada más.
v e d 115
(116)
«Entonces se acabó el pito del buque y empezaron a cantar los gallos -me dijo-.
v e d 116
(117)
Era un alboroto tan grande, que no podía creerse que hubiera tantos gallos en el pueblo, y pensé que venían en el buque del obispo.»
v e d 117
(118)
Lo único que ella pudo hacer por el hombre que nunca había de ser suyo, fue dejar la puerta sin tranca, contra las órdenes de Plácida Linero, para que él pudiera entrar otra vez en caso de urgencia.
v e d 118
(119)
Alguien que nunca fue identificado había metido por debajo de la puerta un papel dentro de un sobre, en el cual le avisaban a Santiago Nasar que lo estaban esperando para matarlo, y le revelaban además el lugar y los motivos, y otros detalles muy precisos de la confabulación.
v e d 119
(120)
El mensaje estaba en el suelo cuando Santiago Nasar salió de su casa, pero él no lo vio, ni lo vio Divina Flor ni lo vio nadie hasta mucho después de que el crimen fue consumado.
v e d 120
(121)
Habían dado las seis y aún seguían encendidas las luces públicas.
v e d 121
(122)
En las ramas de los almendros, y en algunos balcones, estaban todavía las guirnaldas de colores de la boda, y hubiera podido pensarse que acababan de colgarlas en honor del obispo.
v e d 122
(123)
Pero la plaza cubierta de baldosas hasta el atrio de la iglesia, donde estaba el tablado de los músicos, parecía un muladar de botellas vacías y toda clase de desperdicios de la parranda pública.
v e d 123
(124)
Cuando Santiago Nasar salió de su casa, varias personas corrían hacia el puerto, apremiadas por los bramidos del buque.
v e d 124
(125)
El único lugar abierto en la plaza era una tienda de leche a un costado de la iglesia, donde estaban los dos hombres que esperaban a Santiago Nasar para matarlo.
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(126)
Clotilde Armenta, la dueña del negocio, fue la primera que lo vio en el resplandor del alba, y tuvo la impresión de que estaba vestido de aluminio.
v e d 126
(127)
«Ya parecía un fantasma», me dijo.
v e d 127
(128)
Los hombres que lo iban a matar se habían dormido en los asientos, apretando en el regazo los cuchillos envueltos en periódicos, y Clotilde Armenta reprimió el aliento para no despertarlos.
v e d 128
(563)
Eran gemelos: Pedro y Pablo Vicario.
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(130)
Tenían 24 años, y se parecían tanto que costaba trabajo distinguirlos.
v e d 130
(131)
«Eran de catadura espesa pero de buena índole», decía el sumario.
v e d 131
(132)
Yo, que los conocía desde la escuela primaria, hubiera escrito lo mismo.
v e d 132
(133)
Esa mañana llevaban todavía los vestidos de paño oscuro de la boda, demasiado gruesos y formales para el Caribe, y tenían el aspecto devastado por tantas horas de mala vida, pero habían cumplido con el deber de afeitarse.
v e d 133
(134)
Aunque no habían dejado de beber desde la víspera de la parranda, ya no estaban borrachos al cabo de tres días, sino que parecían sonámbulos desvelados.
v e d 134
(135)
Se habían dormido con las primeras auras del amanecer, después de casi tres horas de espera en la tienda de Clotilde Armenta, y aquél era su primer sueño desde el viernes.
v e d 135
(136)
Apenas si habían despertado con el primer bramido del buque, pero el instinto los despertó por completo cuando Santiago Nasar salió de su casa.
v e d 136
(137)
Ambos agarraron entonces el rollo de periódicos, y Pedro Vicario empezó a levantarse.
v e d 137
(138)
-Por el amor de Dios -murmuró Clotilde Armenta-.
v e d 138
(139)
Déjenlo para después, aunque sea por respeto al señor obispo.
v e d 139
(140)
«Fue un soplo del Espíritu Santo», repetía ella a menudo.
v e d 140
(141)
En efecto, había sido una ocurrencia providencial, pero de una virtud momentánea.
v e d 141
(142)
Al oírla, los gemelos Vicario reflexionaron, y el que se había levantado volvió a sentarse.
v e d 142
(143)
Ambos siguieron con la mirada a Santiago Nasar cuando empezó a cruzar la plaza.
v e d 143
(144)
«Lo miraban más bien con lástima», decía Clotilde Armenta.
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(145)
Las niñas de la escuela de monjas atravesaron la plaza en ese momento trotando en desorden con sus uniformes de huérfanas.
v e d 145
(146)
Plácida Linero tuvo razón:
v e d 146
(147)
el obispo no se bajó del buque.
v e d 147
(148)
Había mucha gente en el puerto además de las autoridades y los niños de las escuelas, y por todas partes se veían los huacales de gallos bien cebados que le llevaban de regalo al obispo, porque la sopa de crestas era su plato predilecto.
v e d 148
(149)
En el muelle de carga había tanta leña arrumada, que el buque habría necesitado por lo menos dos horas para cargarla.
v e d 149
(150)
Pero no se detuvo.
v e d 150
(151)
Apareció en la vuelta del río, rezongando como un dragón, y entonces la banda de músicos empezó a tocar el himno del obispo, y los gallos se pusieron a cantar en los huacales y alborotaron a los otros gallos del pueblo.
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(152)
Por aquella época, los legendarios buques de rueda alimentados con leña estaban a punto de acabarse, y los pocos que quedaban en servicio ya no tenían pianola ni camarotes para la luna de miel, y apenas si lograban navegar contra la corriente.
v e d 152
(153)
Pero éste era nuevo, y tenía dos chimeneas en vez de una con la bandera pintada como un brazal, y la rueda de tablones de la popa le daba un ímpetu de barco de mar.
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(154)
En la baranda superior, junto al camarote del capitán, iba el obispo de sotana blanca con su séquito de españoles.
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(155)
«Estaba haciendo un tiempo de Navidad», ha dicho mi hermana Margot.
v e d 155
(156)
Lo que pasó, según ella, fue que el silbato del buque soltó un chorro de vapor a presión al pasar frente al puerto, y dejó ensopados a los que estaban más cerca de la orilla.
v e d 156
(157)
Fue una ilusión fugaz:
v e d 157
(158)
el obispo empezó a hacer la señal de la cruz en el aire frente a la muchedumbre del muelle, y después siguió haciéndola de memoria, sin malicia ni inspiración, hasta que el buque se perdió de vista y sólo quedó el alboroto de los gallos.
v e d 158
(159)
Santiago Nasar tenía motivos para sentirse defraudado.
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(160)
Había contribuido con varias cargas de leña a las solicitudes públicas del padre Carmen Amador, y además había escogido él mismo los gallos de crestas más apetitosas.
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(161)
Pero fue una contrariedad momentánea.
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(162)
Mi hermana Margot, que estaba con él en el muelle, lo encontró de muy buen humor y con ánimos de seguir la fiesta, a pesar de que las aspirinas no le habían causado ningún alivio.
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(163)
«No parecía resfriado, y sólo estaba pensando en lo que había costado la boda», me dijo.
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(164)
Cristo Bedoya, que estaba con ellos, reveló cifras que aumentaron el asombro.
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(165)
Había estado de parranda con Santiago Nasar y conmigo hasta un poco antes de las cuatro, pero no había ido a dormir donde sus padres, sino que se quedó conversando en casa de sus abuelos.
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(166)
Allí obtuvo muchos datos que le faltaban para calcular los costos de la parranda.
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(167)
Contó que se habían sacrificado cuarenta pavos y once cerdos para los invitados, y cuatro terneras que el novio puso a asar para el pueblo en la plaza pública.
v e d 167
(168)
Contó que se consumieron 205 cajas de alcoholes de contrabando y casi 2.000 botellas de ron de caña que fueron repartidas entre la muchedumbre.
v e d 168
(169)
No hubo una sola persona, ni pobre ni rica, que no hubiera participado de algún modo en la parranda de mayor escándalo que se había visto jamás en el pueblo.
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(170)
Santiago Nasar soñó en voz alta.
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(171)
-Así será mi matrimonio -dijo-.
v e d 171
(172)
No les alcanzará la vida para contarlo.
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(173)
Mi hermana sintió pasar el ángel.
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(174)
Pensó una vez más en la buena suerte de Flora Miguel, que tenía tantas cosas en la vida, y que iba a tener además a Santiago Nasar en la Navidad de ese año.
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(175)
«Me di cuenta de pronto de que no podía haber un partido mejor que él», me dijo.
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(176)
«Imagínate:
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(177)
bello, formal, y con una fortuna propia a los veintiún años.»
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(178)
Ella solía invitarlo a desayunar en nuestra casa cuando había caribañolas de yuca, y mi madre las estaba haciendo aquella mañana.
v e d 178
(179)
Santiago Nasar aceptó entusiasmado.
v e d 179
(180)
-Me cambio de ropa y te alcanzo -dijo, y cayó en la cuenta de que había olvidado el reloj en la mesa de noche-.
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(181)
¿Qué hora es?
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(182)
Eran las 6.25.
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(183)
Santiago Nasar tomó del brazo a Cristo Bedoya y se lo llevó hacia la plaza.
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-Dentro de un cuarto de hora estoy en tu casa -le dijo a mi hermana.
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Ella insistió en que se fueran juntos de inmediato porque el desayuno estaba servido.
v e d 185
(185)
«Era una insistencia rara -me dijo Cristo Bedoya-.
v e d 186
(186)
Tanto, que a veces he pensado que Margot ya sabía que lo iban a matar y quería esconderlo en tu casa.»
v e d 187
(187)
Sin embargo, Santiago Nasar la convenció de que se adelantara mientras él se ponía la ropa de montar, pues tenía que estar temprano en El Divino Rostro para castrar terneros.
v e d 188
(188)
Se despidió de ella con la misma señal de la mano con que se había despedido de su madre, y se alejó hacia la plaza llevando del brazo a Cristo Bedoya.
v e d 189
(189)
Fue la última vez que lo vio.
v e d 190
(190)
Muchos de los que estaban en el puerto sabían que a Santiago Nasar lo iban a matar.
v e d 191
(191)
Don Lázaro Aponte, coronel de academia en uso de buen retiro y alcalde municipal desde hacía once años, le hizo un saludo con los dedos.
v e d 192
(192)
«Yo tenía mis razones muy reales para creer que ya no corría ningún peligro», me dijo.
v e d 193
(193)
El padre Carmen Amador tampoco se preocupó.
v e d 194
(194)
«Cuando lo vi sano y salvo pensé que todo había sido un infundio», me dijo.
v e d 195
(195)
Nadie se preguntó siquiera si Santiago Nasar estaba prevenido, porque a todos les pareció imposible que no lo estuviera.
v e d 196
(196)
En realidad, mi hermana Margot era una de las pocas personas que todavía ignoraban que lo iban a matar.
v e d 197
(197)
«De haberlo sabido, me lo hubiera llevado para la casa aunque fuera amarrado», declaró al instructor.
v e d 198
(198)
Era extraño que no lo supiera, pero lo era mucho más que tampoco lo supiera mi madre, pues se enteraba de todo antes que nadie en la casa, a pesar de que hacía años que no salía a la calle, ni siquiera para ir a misa.
v e d 199
(199)
Yo apreciaba esa virtud suya desde que empecé a levantarme temprano para ir a la escuela.
v e d 200
(200)
La encontraba como era en aquellos tiempos, lívida y sigilosa, barriendo el patio con una escoba de ramas en el resplandor ceniciento del amanecer, y entre cada sorbo de café me iba contando lo que había ocurrido en el mundo mientras nosotros dormíamos.
CRÓNICA
1.9
29/4/2014