CSA / PaME
Universidade de Santiago Grupo de Gramática del Español
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Secuencia
v e d 501
(525)
Los gemelos volvieron a la casa un poco antes de las tres, llamados de urgencia por su madre.
v e d 502
(526)
Encontraron a Ángela Vicario tumbada bocabajo en un sofá del comedor y con la cara macerada a golpes, pero había terminado de llorar.
v e d 503
(527)
«Ya no estaba asustada -me dijo-.
v e d 504
(567)
Al contrario: sentía como si por fin me hubiera quitado de encima la conduerma de la muerte, y lo único que quería era que todo terminara rápido para tirarme a dormir.»
v e d 505
(529)
Pedro Vicario, el más resuelto de los hermanos, la levantó en vilo por la cintura y la sentó en la mesa del comedor.
v e d 506
(530)
-Anda, niña -le dijo temblando de rabia-:
v e d 507
(531)
dinos quién fue.
v e d 508
(532)
Ella se demoró apenas el tiempo necesario para decir el nombre.
v e d 509
(533)
Lo buscó en las tinieblas, lo encontró a primera vista entre los tantos y tantos nombres confundibles de este mundo y del otro, y lo dejó clavado en la pared con su dardo certero, como a una mariposa sin albedrío cuya sentencia estaba escrita desde siempre.
v e d 510
(534)
-Santiago Nasar -dijo.
v e d 511
(570)
El abogado sustentó la tesis del homicidio en legítima defensa del honor, que fue admitida por el tribunal de conciencia, y los gemelos declararon al final del juicio que hubieran vuelto a hacerlo mil veces por los mismos motivos.
v e d 512
(571)
Fueron ellos quienes vislumbraron el recurso de la defensa desde que se rindieron ante su iglesia pocos minutos después del crimen.
v e d 513
(572)
Irrumpieron jadeando en la Casa Cural, perseguidos de cerca por un grupo de árabes enardecidos, y pusieron los cuchillos con el acero limpio en la mesa del padre Amador.
v e d 514
(573)
Ambos estaban exhaustos por el trabajo bárbaro de la muerte, y tenían la ropa y los brazos empapados y la cara embadurnada de sudor y de sangre todavía viva, pero el párroco recordaba la rendición como un acto de una gran dignidad.
v e d 515
(574)
-Lo matamos a conciencia -dijo Pedro Vicario-, pero somos inocentes.
v e d 516
(575)
-Tal vez ante Dios -dijo el padre Amador.
v e d 517
(576)
-Ante Dios y ante los hombres -dijo Pablo Vicario-.
v e d 518
(577)
Fue un asunto de honor.
v e d 519
(578)
Más aún: en la reconstrucción de los hechos fingieron un encarnizamiento mucho más inclemente que el de la realidad, hasta el extremo de que fue necesario reparar con fondos públicos la puerta principal de la casa de Plácida Linero, que quedó desportillada a punta de cuchillo.
v e d 520
(579)
En el panóptico de Riohacha, donde estuvieron tres años en espera del juicio porque no tenían con que pagar la fianza para la libertad condicional, los reclusos más antiguos los recordaban por su buen carácter y su espíritu social, pero nunca advirtieron en ellos ningún indicio de arrepentimiento.
v e d 521
(580)
Sin embargo, la realidad parecía ser que los hermanos Vicario no hicieron nada de lo que convenía para matar a Santiago Nasar de inmediato y sin espectáculo público, sino que hicieron mucho más de lo que era imaginable para que alguien les impidiera matarlo, y no lo consiguieron.
v e d 522
(581)
Según me dijeron años después, habían empezado por buscarlo en la casa de María Alejandrina Cervantes, donde estuvieron con él hasta las dos.
v e d 523
(582)
Este dato, como muchos otros, no fue registrado en el sumario.
v e d 524
(583)
En realidad, Santiago Nasar ya no estaba ahí a la hora en que los gemelos dicen que fueron a buscarlo, pues habíamos salido a hacer una ronda de serenatas, pero en todo caso no era cierto que hubieran ido.
v e d 525
(584)
«Jamás habrían vuelto a salir de aquí», me dijo María Alejandrina Cervantes, y conociéndola tan bien, nunca lo puse en duda.
v e d 526
(585)
En cambio, lo fueron a esperar en la casa de Clotilde Armenta, por donde sabían que iba a pasar medio mundo menos Santiago Nasar.
v e d 527
(586)
«Era el único lugar abierto», declararon al instructor.
v e d 528
(587)
«Tarde o temprano tenía que salir por ahí», me dijeron a mí, después de que fueron absueltos.
v e d 529
(588)
Sin embargo, cualquiera sabía que la puerta principal de la casa de Plácida Linero permanecía trancada por dentro, inclusive durante el día, y que Santiago Nasar llevaba siempre consigo las llaves de la entrada posterior.
v e d 530
(589)
Por allí entró de regreso a su casa, en efecto, cuando hacía más de una hora que los gemelos Vicario lo esperaban por el otro lado, y si después salió por la puerta de la plaza cuando iba a recibir al obispo fue por una razón tan imprevista que el mismo instructor del sumario no acabó de entenderla.
v e d 531
(590)
Nunca hubo una muerte más anunciada.
v e d 532
(591)
Después de que la hermana les reveló el nombre, los gemelos Vicario pasaron por el depósito de la pocilga, donde guardaban los útiles de sacrificio, y escogieron los dos cuchillos mejores: uno de descuartizar, de diez pulgadas de largo por dos y media de ancho, y otro de limpiar, de siete pulgadas de largo por una y media de ancho.
v e d 533
(592)
Los envolvieron en un trapo, y se fueron a afilarlos en el mercado de carnes, donde apenas empezaban a abrir algunos expendios.
v e d 534
(593)
Los primeros clientes eran escasos, pero veintidós personas declararon haber oído cuanto dijeron, y todas coincidían en la impresión de que lo habían dicho con el único propósito de que los oyeran.
v e d 535
(594)
Faustino Santos, un carnicero amigo, los vio entrar a las 3.20 cuando acababa de abrir su mesa de vísceras, y no entendió por qué llegaban el lunes y tan temprano, y todavía con los vestidos de paño oscuro de la boda.
v e d 536
(595)
Estaba acostumbrado a verlos los viernes, pero un poco más tarde, y con los delantales de cuero que se ponían para la matanza.
v e d 537
(596)
«Pensé que estaban tan borrachos -me dijo Faustino Santos-, que no sólo se habían equivocado de hora sino también de fecha.»
v e d 538
(597)
Les recordó que era lunes.
v e d 539
(598)
-Quién no lo sabe, pendejo -le contestó de buen modo Pablo Vicario-.
v e d 540
(599)
Sólo venimos a afilar los cuchillos.
v e d 541
(600)
Los afilaron en la piedra giratoria, y como lo hacían siempre: Pedro sosteniendo los dos cuchillos y alternándolos en la piedra, y Pablo dándole vuelta a la manivela.
v e d 542
(601)
Al mismo tiempo hablaban del esplendor de la boda con los otros carniceros.
v e d 543
(602)
Algunos se quejaron de no haber recibido su ración de pastel, a pesar de ser compañeros de oficio, y ellos les prometieron que las harían mandar más tarde.
v e d 544
(603)
Al final, hicieron cantar los cuchillos en la piedra, y Pablo puso el suyo junto a la lámpara para que destellara el acero:
v e d 545
(604)
-Vamos a matar a Santiago Nasar -dijo.
v e d 546
(605)
Tenían tan bien fundada su reputación de gente buena, que nadie les hizo caso.
v e d 547
(606)
«Pensamos que eran vainas de borrachos», declararon varios carniceros, lo mismo que Victoria Guzmán y tantos otros que los vieron después.
v e d 548
(607)
Yo había de preguntarles alguna vez a los carniceros si el oficio de matarife no revelaba un alma predispuesta para matar un ser humano.
v e d 549
(608)
Protestaron:
v e d 550
(609)
«Cuando uno sacrifica una res no se atreve a mirarle los ojos.»
v e d 551
(610)
Uno de ellos me dijo que no podía comer la carne del animal que degollaba.
v e d 552
(611)
Otro me dijo que no sería capaz de sacrificar una vaca que hubiera conocido antes, y menos si había tomado su leche.
v e d 553
(612)
Les recordé que los hermanos Vicario sacrificaban los mismos cerdos que criaban, y les eran tan familiares que los distinguían por sus nombres.
v e d 554
(613)
«Es cierto -me replicó uno-, pero fíjese que no les ponían nombres de gente sino de flores.»
v e d 555
(614)
Faustino Santos fue el único que percibió una lumbre de verdad en la amenaza de Pablo Vicario, y le preguntó en broma por qué tenían que matar a Santiago Nasar habiendo tantos ricos que merecían morir primero.
v e d 556
(615)
-Santiago Nasar sabe por qué -le contestó Pedro Vicario.
v e d 557
(616)
Faustino Santos me contó que se había quedado con la duda, y se la comunicó a un agente de la policía que pasó poco más tarde a comprar una libra de hígado para el desayuno del alcalde.
v e d 558
(617)
El agente, de acuerdo con el sumario, se llamaba Leandro Pornoy, y murió el año siguiente por una cornada de toro en la yugular durante las fiestas patronales.
v e d 559
(618)
De modo que nunca pude hablar con él, pero Clotilde Armenta me confirmó que fue la primera persona que estuvo en su tienda cuando ya los gemelos Vicario se habían sentado a esperar.
v e d 560
(619)
Clotilde Armenta acababa de reemplazar a su marido en el mostrador.
v e d 561
(620)
Era el sistema habitual.
v e d 562
(621)
La tienda vendía leche al amanecer y víveres durante el día, y se transformaba en cantina desde las seis de la tarde.
v e d 563
(622)
Clotilde Armenta la abría a las 3.30 de la madrugada.
v e d 564
(623)
Su marido, el buen don Rogelio de la Flor, se hacía cargo de la cantina hasta la hora de cerrar.
v e d 565
(624)
Pero aquella noche hubo tantos clientes descarriados de la boda, que se acostó pasadas las tres sin haber cerrado, y ya Clotilde Armenta estaba levantada más temprano que de costumbre, porque quería terminar antes de que llegara el obispo.
v e d 566
(625)
Los hermanos Vicario entraron a las 4.10.
v e d 567
(626)
A esa hora sólo se vendían cosas de comer, pero Clotilde Armenta les vendió una botella de aguardiente de caña, no sólo por el aprecio que les tenía, sino también porque estaba muy agradecida por la porción de pastel de boda que le habían mandado.
v e d 568
(627)
Se bebieron la botella entera con dos largas tragantadas, pero siguieron impávidos.
v e d 569
(628)
«Estaban pasmados -me dijo Clotilde Armenta-, y ya no podían levantar presión ni con petróleo de lámpara.»
v e d 570
(629)
Luego se quitaron las chaquetas de paño, las colgaron con mucho cuidado en el espaldar de las sillas, y pidieron otra botella.
v e d 571
(630)
Tenían la camisa sucia de sudor seco y una barba del día anterior que les daba un aspecto montuno.
v e d 572
(631)
La segunda botella se la tomaron más despacio, sentados, mirando con insistencia hacia la casa de Plácida Linero, en la acera de enfrente, cuyas ventanas estaban apagadas.
v e d 573
(632)
La más grande del balcón era la del dormitorio de Santiago Nasar.
v e d 574
(633)
Pedro Vicario le preguntó a Clotilde Armenta si había visto luz en esa ventana, y ella le contestó que no, pero le pareció un interés extraño.
v e d 575
(634)
-¿Le pasó algo? -preguntó.
v e d 576
(635)
-Nada -le contestó Pedro Vicario-.
v e d 577
(636)
No más que lo andamos buscando para matarlo.
v e d 578
(637)
Fue una respuesta tan espontánea que ella no pudo creer que fuera cierta.
v e d 579
(638)
Pero se fijó en que los gemelos llevaban dos cuchillos de matarife envueltos en trapos de cocina.
v e d 580
(639)
-¿Y se puede saber por qué quieren matarlo tan temprano? -preguntó.
v e d 581
(640)
-Él sabe por qué -contestó Pedro Vicario.
v e d 582
(641)
Clotilde Armenta los examinó en serio.
v e d 583
(642)
Los conocía tan bien que podía distinguirlos, sobre todo después de que Pedro Vicario regresó del cuartel.
v e d 584
(643)
«Parecían dos niños», me dijo.
v e d 585
(644)
Y esa reflexión la asustó, pues siempre había pensado que sólo los niños son capaces de todo.
v e d 586
(645)
Así que acabó de preparar los trastos de la leche, y se fue a despertar a su marido para contarle lo que estaba pasando en la tienda.
v e d 587
(646)
Don Rogelio de la Flor la escuchó medio dormido.
v e d 588
(647)
-No seas pendeja -le dijo-, ésos no matan a nadie, y menos a un rico.
v e d 589
(648)
Cuando Clotilde Armenta volvió a la tienda los gemelos estaban conversando con el agente Leandro Pornoy, que iba por la leche del alcalde.
v e d 590
(649)
No oyó lo que hablaron, pero supuso que algo le habían dicho de sus propósitos, por la forma en que observó los cuchillos al salir.
v e d 591
(650)
El coronel Lázaro Aponte se había levantado un poco antes de las cuatro.
v e d 592
(651)
Acababa de afeitarse cuando el agente Leandro Pornoy le reveló las intenciones de los hermanos Vicario.
v e d 593
(652)
Había resuelto tantos pleitos de amigos la noche anterior, que no se dio ninguna prisa por uno más.
v e d 594
(653)
Se vistió con calma, se hizo varias veces hasta que le quedó perfecto el corbatín de mariposa, y se colgó en el cuello el escapulario de la Congregación de María para recibir al obispo.
v e d 595
(654)
Mientras desayunaba con un guiso de hígado cubierto de anillos de cebolla, su esposa le contó muy excitada que Bayardo San Román había devuelto a Ángela Vicario, pero él no lo tomó con igual dramatismo.
v e d 596
(655)
-¡Dios mío! -se burló-, ¿qué va a pensar el obispo?
v e d 597
(656)
Sin embargo, antes de terminar el desayuno recordó lo que acababa de decirle el ordenanza, juntó las dos noticias y descubrió de inmediato que casaban exactas como dos piezas de un acertijo.
v e d 598
(657)
Entonces fue a la plaza por la calle del puerto nuevo, cuyas casas empezaban a revivir por la llegada del obispo.
v e d 599
(658)
«Recuerdo con seguridad que eran casi las cinco y empezaba a llover», me dijo el coronel Lázaro Aponte.
v e d 600
(659)
En el trayecto, tres personas lo detuvieron para contarle en secreto que los hermanos Vicario estaban esperando a Santiago Nasar para matarlo, pero sólo uno supo decirle dónde.
CRÓNICA
1.9
29/4/2014